"No emplees tu tiempo sólo en trabajar. Úsalo también para convencer... y generar así los acuerdos"

"No emplees tu tiempo sólo en trabajar. Úsalo también para convencer... y generar así los acuerdos"
gidval@gmail.com - (Valencia, España)

TRANSLATE THIS PAGE and leave us a comment (if you want to), even in any other language. thanks.

miércoles, 1 de abril de 2009

(7.2) sobre HÁBITOS ORGANIZATIVOS - II / VIII


Cuando Einstein vio la aguja de una brújula a los cuatro años de edad, comprendió que debía haber “algo detrás de las cosas, algo profundamente oculto”. Esto también se aplica a todos los otros ámbitos de la vida. Los principios son universales, es decir, trascienden la cultura y la geografía. También son intemporales: no cambian nunca. Principios como la justicia, la amabilidad, el respeto, la honestidad, la integridad, el servicio, la contribución... distintas culturas pueden traducir estos principios a distintas prácticas y, con el tiempo, hasta pueden llegar a oscurecer por completo estos principios mediante el uso indebido de la libertad. Con todo, están presentes. Como la ley de la gravedad, actúan constantemente. Además, estos principios son indiscutibles, es decir, son manifiestos. Por ejemplo, no es posible gozar de una confianza duradera sin honestidad. Pensemos en ello: es una ley natural.

La autoridad natural es el dominio de las leyes naturales. No podemos ignorar las leyes naturales y no tenemos otra opción salvo seguirlas. Nos guste o no, es inevitable. Si nos tiramos desde un edificio de diez pisos no podemos cambiar de idea cuando estamos a la altura del quinto piso.

La autoridad moral es el ejercicio basado en principios de nuestra libertad y nuestra facultad de elegir. En otras palabras, si nos guiamos por principios en nuestra relación con los demás obtenemos permiso de la naturaleza. Las leyes naturales (como la gravedad) y los principios (como el respeto, la honestidad, la amabilidad, la integridad, el servicio y la justicia) controlan las consecuencias de nuestras elecciones. De la misma forma que obtenemos un aire malo y un agua mala si violamos constantemente el medio ambiente, también se destruye la confianza (el pegamento de las relaciones) si siempre somos crueles y deshonestos con los demás. Mediante el uso humilde y basado en principios de la libertad y del poder, la persona humilde obtiene autoridad moral sobre las personas, culturas, organizaciones e incluso sociedades enteras. La autoridad moral exige el sacrificio de los intereses egoístas a corto plazo y el ejercicio del coraje para subordinar los valores sociales a los principios. Y nuestra conciencia es depositaria de esos principios. 

Esta autoridad moral recoge cuatro dimensiones de nuestra vida representadas por cuatro inteligencias: 

-          la inteligencia mental

-          la inteligencia física

-          la inteligencia emocional

-          la inteligencia espiritual 

Cuando hablamos de inteligencia, normalmente pensamos en la “inteligencia mental” (IM), es decir, en nuestra capacidad de analizar, razonar, pensar en abstracto, usar el lenguaje, visualizar y comprender. Pero esta interpretación de la inteligencia es demasiado estrecha.

La “inteligencia física” (IF) del cuerpo es otra clase de inteligencia de la que todos somos conscientes de una manera implícita y que con frecuencia pasamos por alto. Sin necesidad de un esfuerzo consciente, nuestro cuerpo se encarga del sistema respiratorio, del nervioso y de otros sistemas vitales. Es una maquinaria fenomenal cuyo rendimiento incluso supera al del ordenador más avanzado. Nuestra capacidad de actuar sobre nuestros pensamientos y sentimientos y de hacer que ocurran cosas no tiene igual en ninguna otra especie del mundo.

La “inteligencia emocional” (IE) es el conocimiento de uno mismo, la autoconciencia, la sensibilidad social, la empatía y la capacidad de comunicarnos satisfactoriamente con los demás. Es un sentido de oportunidad y de adecuación social, de tener el coraje de reconocer debilidades y de expresar y respetar diferencias. Antes de la década de 1990, cuando la IE se puso de moda, a veces se describía como una capacidad del hemisferio derecho del cerebro que no posee el hemisferio izquierdo. Se consideraba que el hemisferio izquierdo era más analítico, la sede del pensamiento lineal, del lenguaje, el razonamiento y la lógica; y que el hemisferio derecho era más creativo, la sede de la intuición, de la sensibilidad y de la holística. La clave es respetar los dos hemisferios y ejercer la elección en el desarrollo y el uso de sus capacidades exclusivas. Combinar el pensamiento y el sentimiento crea un equilibrio, un juicio y una sabiduría mejores.

Hay muchas investigaciones que indican que, a la larga, la inteligencia emocional es un factor determinante más preciso del éxito en la comunicación, en las relaciones y en el liderazgo que la inteligencia mental. El escritor Daniel Goleman, una autoridad en IE, dice lo siguiente: 

            Para una actuación estelar en cualquier trabajo y en cualquier campo, la capacidad emocional es el doble de importante que las aptitudes puramente cognitivas. Para el éxito en los niveles más elevados, en posiciones de liderazgo, la capacidad emocional explica virtualmente toda la ventaja. Ya que las capacidades emocionales forman dos terceras partes o más de los ingredientes de una actuación destacada, los datos indican que hallar personas que tengan estas capacidades o educarlas en los empleados actuales añade un enorme valor al balance final de una organización...

 

La teoría de la inteligencia emocional puede ser desestabilizadora para las personas que han anclado su estrategia para el éxito en la pura inteligencia mental. Por ejemplo, una persona puede tener un diez en una escala de IM de diez puntos pero tener solamente un dos desde el punto de vista emocional y no saber cómo relacionarse bien con los demás. Pueden compensar esta deficiencia recurriendo en exceso a su intelecto y tomando fuerza prestada de su posición formal. Pero, con ello, suelen exacerbar sus propias deficiencias y, en sus interacciones, también las deficiencias de los demás. Luego tratan de racionalizar intelectualmente su conducta.

La cuarta inteligencia es la “inteligencia espiritual” (IES). Al igual que la IE, la IES se está estableciendo cada vez más en la investigación científica y en el debate filosófico-psicológico. La inteligencia  espiritual es la más importante de todas las inteligencias porque se convierte en la fuente de orientación para las otras tres. La inteligencia espiritual representa nuestra voluntad de sentido y de conexión con el infinito. También nos ayuda a distinguir principios verdaderos que forman parte de nuestra conciencia y que están simbolizados por la brújula. La brújula es una excelente metáfora física de los principios porque siempre señala el norte. La clave para mantener una elevada autoridad moral es seguir continuamente unos principios de “verdadero norte”. 

Puesto que es evidente que estas cuatro dimensiones de la vida están imbricadas, en el fondo no es posible trabajar exclusivamente en una de ellas sin tocar directa o indirectamente las demás. Desarrollar estas inteligencias y hacer uso de ellas creará en nuestro interior una confianza tranquila, seguridad y fuerza interior, la capacidad de ser al mismo tiempo valientes y considerados, y autoridad moral personal. En muchos sentidos, nuestros esfuerzos por desarrollar estas inteligencias tendrán un profundo impacto en nuestra capacidad para influir en los demás e inspirarles para que encuentren su voz. Partiendo de cuatro simples supuestos podemos empezar a llevar de inmediato una vida más equilibrada, integrada y poderosa. Son simples, uno por cada parte de nuestra naturaleza, pero aplicándose con constancia puede encontrarse un nuevo manantial de fuerza y de integridad al que acudir cuando más se necesita: 

  1.- Para el cuerpo: supongamos que hemos sufrido un ataque al corazón; y vivamos en consecuencia.

  2.- Para la mente: supongamos que la vida media de nuestra profesión es de dos años; y preparémonos en conciencia.

  3.- Para el corazón: supongamos que los demás pueden oír lo que decimos de ellas; y hablemos en consecuencia.

  4.- Para el espíritu: supongamos que cada tres meses nos encontramos cara a cara con nuestro Creador; y vivamos en consecuencia. 

Las manifestaciones más elevadas de estas cuatro inteligencias son: para la mental, la visión; para la física, la disciplina; para la emocional, la pasión; para la espiritual, la conciencia. Visión es ver con el ojo de la mente lo que es posible en las personas, en los proyectos, en las causas y en las empresas. La visión se produce cuando nuestra mente relaciona posibilidad y necesidad. Disciplina es pagar el precio para traer esa visión a la realidad. Es abordar los hechos duros, pragmáticos y brutales de la realidad y hacer lo que haga falta para que ocurran las cosas. La disciplina surge cuando la visión se une al compromiso. Lo contrario de la disciplina y el compromiso que inspira el sacrificio es la extravagancia: sacrificar lo que más importa en la vida por el placer o la emoción del momento. Pasión es el fuego, el deseo, la fuerza de convicción y el impulso que sostiene la disciplina para alcanzar la visión. La pasión surge cuando la necesidad humana se superpone al talento personal. Cuando uno no posee la pasión que surge de hallar y utilizar la propia voz para servir a grandes propósitos, el vacío se llena de inseguridad y del vano parloteo de mil voces que surge del espejo social. En las relaciones y las organizaciones, la pasión incluye compasión. Conciencia es el sentido moral interior de lo que es bueno y lo que es malo, el impulso hacia el sentido y la aportación. Es la fuerza que guía la visión, la disciplina y la pasión. Muestra un marcado contraste con la vida dominada por el ego. 

Visión es ver un estado futuro con el ojo de la mente. Es una realidad aún no llevada a la esfera física, como el plano de una casa antes de que se construya o las notas musicales de una partitura que esperan a ser tocadas.

Quizá la visión más importante de todas sea la de desarrollar un sentido del yo, un sentido de nuestro propio destino, un sentido de nuestra misión y de nuestro papel singular en la vida, un sentido de propósito y de significado. Sir Laurens van der Post, creador, cineasta y escritor de fama mundial dijo: “Sin una visión todos sufrimos de una insuficiencia de datos. Miramos la vida con miopía, es decir, a través de nuestra propia lente, de nuestro propio mundo. La visión nos permite trascender nuestra biografía, nuestro pasado, para alzarnos por encima de nuestro recuerdo”.

Cuando hablamos de visión, es importante no tener sólo en cuenta la visión de lo que es posible “ahí fuera”, sino también la visión de lo que vemos en otras personas, de su potencial oculto. Ver a la gente a través de la lente de su potencial y de sus mejores actos en lugar de verla a través de la lene de su conducta o de su debilidad actual genera energía positiva que se extiende hacia los demás. 

La disciplina es tan importante como la visión aunque se encuentra en un segundo lugar en la cadena. La disciplina define la realidad y la acepta; es la voluntad de sumergirse por completo en ella en lugar de negarla. Reconoce los hechos insensibles y brutales de las cosas como son. La mayoría de las personas equiparan la disciplina a la ausencia de libertad. “El deber acaba con la espontaneidad”, “en el deber no hay libertad”, “quiero hacer lo que quiera; eso, y no el deber, es libertad”...

En realidad, ocurre todo lo contrario. Sólo las personas disciplinadas son realmente libres. Las indisciplinadas son esclavas de los cambios de humor, de los apetitos y las pasiones. ¿Puede el lector tocar el piano? Yo no. No poseo la libertad de tocar el piano. En ningún momento me he disciplinado para ello. He preferido jugar con mis amigos en lugar de practicar, como querían mis padres y mi profesor. ¿Y qué decir de la libertad de perdonar, de pedir perdón? ¿Qué decir de la libertad de amar de una manera incondicional, de ser faros y no jueces, de ser modelos en lugar de criticar? Pensemos en la disciplina que esto supone. La disciplina surge de ser “discípulos” de una persona o de una cosa.

El gran educador Horace Mann dijo en una ocasión: “En vano hablan de la felicidad quienes nunca dominan sus impulsos en obediencia a un principio. Quienes nunca han sacrificado un bien presente por otro futuro o un bien personal por otro general sólo pueden hablar de la felicidad como un ciego puede hablar del color”.

Las personas que carecen de disciplina y son incapaces de subordinarse y sacrificarse, simplemente juegan a trabajar. En cierto sentido, cada día de trabajo es como un largo baile de máscaras. Se pasan el día creando cortinas de humo, escribiendo correos electrónicos donde detallan en qué están trabajando, comunicando por teléfono el progreso de sus proyectos, entablando largas conversaciones sobre la manera de hacer las cosas. En general, la gente que dedica su tiempo a preparar excusas es la que carece de norte y de disciplina. Los contratiempos son inevitables; el sufrimiento es una opción. Siempre hay razones, nunca hay excusas. 

El entusiasmo de la pasión está profundamente arraigado en la capacidad de elegir, no en las circunstancias. Para quien siente entusiasmo, la mejor manera de predecir el futuro es crearlo. En el fondo, el entusiasmo se convierte en un imperativo moral, haciendo que la persona forme parte de la solución en lugar de ser parte del problema de sentirse desesperada e impotente. La clave para crear pasión en nuestra vida es hallar nuestro talento personal, nuestro papel y nuestro propósito en el mundo. Es fundamental que nos conozcamos a nosotros mismos antes de decidir cuál es el trabajo que queremos hacer. El principio filosófico griego “Conócete a ti mismo, contrólate a ti mismo, date a ti mismo” es muy acertado y está exquisitamente ordenado. Nuestro talento, nuestra misión o nuestro papel en la vida en general se descubren en lugar de inventarse. Un error muy común es pensar que la habilidad de una persona es su talento. Sin embargo, las habilidades no son talentos. Por otro lado, el talento exige habilidad. Una persona puede tener habilidades y conocimientos en áreas donde no tiene talento. Si tiene un trabajo que exige su habilidad pero no su talento, su organización no sacará partido de su pasión ni de su voz. Cumplirá con las formalidades, pero ello sólo hará que parezca necesitar una supervisión y una motivación externas.

Si podemos contratar a personas cuta pasión coincida con su trabajo, no necesitarán supervisión. Se controlarán ellas mismas, mejor que nadie. Su ardor procede del interior, no del exterior. Su motivación es interna, no externa. Pensemos en las veces que nos hemos sentido apasionados ante un proyecto, algo tan atractivo y absorbente que difícilmente podíamos pensar en otra cosa. ¿Hacía falta que alguien nos controlara o supervisara? Por supuesto que no; el solo pensamiento de que alguien nos dijera cuándo y cómo hacerlo nos hubiera parecido insultante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario