"No emplees tu tiempo sólo en trabajar. Úsalo también para convencer... y generar así los acuerdos"

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gidval@gmail.com - (Valencia, España)

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martes, 29 de septiembre de 2009

El Aprendiz


¡Qué pena! No he podido llegar a tiempo para ver todo el programa de Luís Bassat, y sólo me he quedado en el final.

Del escaso contenido que he podido ver, sólo he sacado tres conclusiones: lo importante no es vender, sino obtener beneficios en la venta (una buena gestión de venta de nada sirve si consideramos la empresa como una ONG); es necesario llevar a cabo una buena gestión de liderazgo, y eso también implica comunicación para evitar errores y precipitaciones de los delegados; por último, en las empresas hace falta valores precisamente como el de la persona despedida. Quizá su competitividad no sea la más brillante, pero es algo que sólo ha sido puntual.

He visto muy poco, como he dicho. Y entiendo que se trata de un programa que representa la dura competencia en los mercados, simbolizando que una decisión puede llevar al traste una operación importante poniendo en peligro la organización. No obstante, los caracteres de sinceridad y honestidad que han podido observarse, por encima de la competitividad, también son necesarios en todas las empresas (y esto es algo que me recuerda a uno de los últimos artículos de Pablo Rodríguez en su blog “Economía Sencilla”).

Porque quizá un aspecto importante en las empresas es la reubicación de las personas. Juzgamos a las personas por su capacidad en un puesto concreto, sin tener en cuenta que desempeñarían una excelente función en otro. Pretendemos la excelencia en sus resultados sin apercibirnos de que sus características responden mucho mejor a otras necesidades de la empresa… pero las cosas son así, están como están y –de momento- funcionan. No obstante, esto es algo que hemos acordado anteriormente como susceptible de mejora, ¿verdad?

No, no estoy criticando nada que tenga que ver con el programa. Me parecen más interesantes las conclusiones que todos podamos sacar que el hecho de cuestionar las decisiones de la productora o del Sr. Bassat. Podemos estar de acuerdo o no, pero –como el mismo Sr. Bassat ha dicho- en una empresa hay que tomar decisiones, asumiendo riesgos. Y cada uno tiene sus propias visiones, de modo que actúa según ellas. Ni mejor, ni peor.

Este es un artículo cortito, incluso diría que de contenido “light”. No obstante, yo voy a tratar de seguir el programa “El Aprendiz”, en La Sexta, para tratar de sacar conclusiones en lo que se refiere a distintos modelos de gestión de una empresa. ¿Se animan a que vayamos comentando? ¡Ahí es donde radicarán los contenidos más interesantes, seguro!


sábado, 26 de septiembre de 2009

El hombre en busca de sentido, hoy


El carácter del hombre quedaba absorbido hasta el extremo de verse envuelto en un torbellino mental que ponía en duda y amenazaba toda la escala de valores que hasta entonces había mantenido. Influido por un entorno que no reconocía el valor de la vida y la dignidad (1) humanas, que había desposeído al hombre de su voluntad (2) y le había convertido en objeto de exterminio (3) (no sin utilizarle antes al máximo y extraerle hasta el último gramo de sus recursos físicos), el yo personal acababa perdiendo sus principios morales. Si, en un último esfuerzo por mantener la propia estima, el prisionero de un campo de concentración (4) no luchaba contra ello, terminaba por perder el sentimiento de su propia individualidad, de ser pensante, con una libertad interior y un valor personal. Acababa por considerarse sólo una parte de la masa de gente…

Este es un párrafo de “El hombre en busca de sentido”, de Viktor Frankl. Este catedrático de neurología y psiquiatría pasó mucho tiempo prisionero en los campos de concentración nazis, lo que le llevó al descubrimiento de la logoterapia. Pero lo que me ha llamado la atención ha sido el bloque que una reportera de la Cuatro ofrecía hoy mismo en el programa de Concha García Campoy y que me ha recordado el contenido de esta obra. En este programa, se muestra a unas familias cuya situación (tras un larguísimo espacio de tiempo buscando infructuosamente trabajo) es desesperante hasta el punto de que las propias personas sienten una anulación completa de sí mismas, no sólo en el terreno profesional sino en su propia autoestima de cara a las relaciones sociales más cotidianas.

Sin ánimo de dramatizar hasta extremos, cambiaría las frases subrayadas en el párrafo del libro del Dr. Frankl por las que se enumeran a continuación:

  1. La experiencia y los años en la empresa
  2. Trabajo
  3. Elemento que había dejado de ser útil
  4. La persona que llevaba un largo periodo buscando trabajo

Lo que me hace acudir al prólogo, en el que se cita una aspiración que, más que recurrente, puede ser testimonial de la capacidad humana y podría ser nuestro apoyo, aunque ciertamente efímero, para las personas que están pasando una situación angustiosa:

La última de las libertades humanas es la capacidad de elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias. Esta última libertad, admitida tanto por los antiguos estoicos como por los modernos existencialistas, adquiere una vívida significación en el relato de Frankl. Los prisioneros no eran más que hombres normales y corrientes, pero algunos de ellos, al elegir ser “dignos de sufrimiento”, atestiguan la capacidad humana para elevarse por encima de su aparente destino.

Elevarse por encima de su aparente destino. Nada más y nada menos… Sin embargo, yo quiero interpretarlo como una nueva reivindicación del propio individuo. Son momentos de “desconsiderar” las circunstancias externas y centrarnos en los valores de las personas con excepción de su resultado/rendimiento, porque no son las circunstancias actuales las que deben proveernos de un statu quo de referencia. Los indicadores, las variables, los ratios profesionales están trastocados en este momento y por eso, a lo largo de este periodo más que nunca, el valor intrínseco del individuo es mucho más importante que el extrínseco. Transcribiendo desde su blog a mi amigo Pedro López, que más que biólogo ha pasado a ser un filósofo de pro:

Esta ha de ser la fundamentación -de ida y vuelta- que hace al humano diferente de los animales: tiene dignidad. Que no es algo concedido en virtud de un pacto social –do ut des-, sino que ha de tener una fundamentación intrínseca, no fruto de un consenso, sino algo que le es propio, que lo constituye. Pero esta fundamentación, si no la podemos encontrar en la propia sociedad, aún menos la podemos abordar desde una perspectiva “fisicalista” o “biologicista”. Ha de ser otra, y, tiene que tener un fundamento ontológico, más allá de una graciosa cesión social o de la naturaleza.

Pero señores: ¡si cualquier pardal aparece hoy en día con un 318i !


jueves, 24 de septiembre de 2009

Luís Bassat, vendedor


Al ver estos pasados días en la televisión a Luís Bassat a punto de estrenar un programa que a priori parece muy interesante, recordé la buenísima impresión que me produjo su “Libro Rojo de la Publicidad”. No puede negarse que ventas y publicidad están interrelacionadas y, como buen publicitario, Bassat tiene siempre un objetivo en su trabajo: que el cliente venda el producto que se anuncia.

Luís Bassat relata así sus comienzos en el primer capítulo de aquél libro:

“…y ahí va mi segunda confesión, sin falsas modestias: creo haber sido un buen vendedor. Vender es un arte, un arte de hombres y no de genios. Porque tiene en la técnica su mejor aliado, pero agradece como nadie esa chispa mágica que sólo le puede dar la intuición. (…) Tenía 18 años, estudiaba Ciencias Económicas y conseguí mi primer empleo: vender televisores. La venta a domicilio iba a patrocinar mis estudios. Pero vender un enorme televisor Marconi en blanco y negro, a un precio realmente prohibitivo en aquel entonces, no era precisamente coser y cantar. De puerta en puerta, estuve a punto de convertirme en un coleccionista de noes. ..”.

El Sr. Bassat aprendió el valor de la idea, de la diferenciación en las ventas (en su caso fue plantear un televisor al dueño de una cafetería no como lujo o distracción, sino como fuente de ingresos –allá por el año 64 o 65-). Con aquella idea nació su vocación publicitaria. Además, guardo en el libro -también tengo “El Libro Rojo de las Marcas”- el recorte de prensa que le hicieron en el diario Las Provincias, en marzo del 94, y es curiosa la respuesta de aquella época a la siguiente pregunta:

-“¿Qué le diría a los miles de jóvenes que estudian publicidad y no encuentran trabajo?”

-“Que dejen de llorar en el desierto y de quejarse porque las empresas no les dan trabajo. Que apuesten por el autoempleo, hay miles de empresas que estarían dispuestas a rediseñar sus tarjetas de visita, sus posavasos en el caso de los restaurantes, sus logotipos, papeles de recibo, etc.”

Pero claro: hay que salir a vender, a ofrecer tu producto o tu servicio en la calle. Y eso ya es harina de otro costal. Además, vender no es sólo ofrecer sino que conlleva previamente un trabajo de preparación (sobre el producto, sobre el cliente, sobre la competencia…), y eso es algo que sin duda debe hacer un agente publicitario. Así lo expresa también Bassat en su libro, sobre lo que sería bueno establecer los adecuados paralelismos con las ventas:

“Hay que contar con la investigación desde el principio, porque no sólo va a ayudarnos a corregir errores, sino que podemos llegar a evitarlos. Rectificar es de sabios, pero la investigación nos sirve en bandeja de plata algo todavía más inteligente: la oportunidad de no equivocarnos. Por cuestiones de eficacia, el buen publicitario debe olvidar su condición humana: raramente se le permitirá tropezar dos veces con la misma piedra. Mejor que las detecte en su camino unos metros antes de llegar a ellas. La investigación ya no es sólo incuestionable. Es, además, imprescindible hacerla muy bien. Veamos tres motivos:

1. Sin investigación, el publicitario consciente no puede correr riesgos. Y sin asumir riesgos, no se avanza en creatividad.

2. Sin investigación, la publicidad sería siempre igual a otras campañas anteriores de éxito, y por tanto su efectividad sería decreciente.

3. Sin investigación, incluso los productos serían cada vez más iguales, por lo que las diferencias deberían basarse en precio y distribución, en lugar de hacerlo en la garantía y calidad de la imagen de marca. Los beneficios serían drásticamente menores”.

Al releer, quince años después de comprar el libro, estos comentarios que se refieren al mundo de la publicidad, no me cabe duda de dos conclusiones que extraigo: la primera es que creo que el Sr. Bassat es un gran conocedor de las ventas tanto por su experiencia primera como vendedor así como en su faceta de publicitario; la segunda es que muchos directores de venta aprovecharían enormemente una formación publicitaria, porque esta expresa el marketing de la empresa o del producto como en muchas ocasiones no sabe hacerlo un vendedor que no esté demasiado experimentado, y aquellos dispondrían de una visión complementaria a la hora de formar a sus equipos.

Espero que el programa “El aprendiz” sea un éxito.


martes, 22 de septiembre de 2009

El hábito no hace al monje


Hace un par de días entré en una cafetería y la conversación con el desconocido camarero confluyó en la semántica de las ventas. ¿Todos los que se dedican a las ventas son vendedores? ¿O puede encontrarse otra palabra para ello?

El hombre me contaba que tres personas que estaban cubriendo una zona de venta directa aquí en Valencia se desplazaban en autobús, atendiendo dos de ellas a la que debía ser la jefa de grupo de una empresa comercializadora de telefonía. Es cierto que la época por la que pasamos estimula necesidades, pero difícilmente puede entenderse esto como veda abierta a los quiebros de cintura a cualquier precio. Sorprendido, el hombre refería una de las tácticas en la que aleccionaba quien comandaba el pequeño grupo y que hace tiempo se emplean en la venta no relacional: la envidia (“fulanito, que es tu competidor –en este caso, tu vecino- ha adquirido esto”… como queriendo decir: “…y tú no vas a ser menos, ¿verdad?”). No voy a entrar en el terreno de las necesidades verdaderas, en el terreno del marketing como creación de dichas necesidades –siempre que tengan aplicación positiva-, en el de la publicidad como herramienta de sugerencia de elección o en el de las técnicas/tácticas de venta como elemento para convencer, que para ello ya hay numerosos posts en este (creo que están en el mes de abril) y en otros blogs. Además, siempre he dicho que no soy un experto y que, aunque conocedor como casi todos, la venta siempre se basa en el sentido común y es una de esas cosas en las que aquello del “maestrillo y el librillo” se aplica con más acierto. Determinadas tácticas pueden ser discutibles, pero vamos a dejarlo ahí. No obstante, cuando esto se une a lo que sigue tiene a mi juicio otro nombre.

Lo que más sorpresa provocó en este hombre fue una frase que empleó la jefa de grupo como contestación a la siguiente pregunta: “Y si le decimos al cliente que vale 39’90€ y le llega la factura por 70, ¿qué pasará entonces?” Como observarán, la pregunta ya evidencia novedad en el puesto por parte de las dos jóvenes. Y además, denota la lógica preocupación por la contradicción entre el dicho y hecho, entre la palabra y el cumplimiento o incluso podría pensarse que la preocupación por la mismísima imagen de la empresa. Pero no, nada de eso, porque siguieron en el autobús. Y es que la respuesta fue la siguiente: “Cuando le llegue la factura, ya se apañarán para explicarlo desde el departamento de atención telefónica. Tu misión es que el cliente firme el contrato y marcharte”.

¡Toma castaña! Ahí queda eso. Píldora de caballo y de sopetón, sin agua para ayudar a que entre por la garganta. Si bien decía que, por separado, estas actitudes tienen definiciones distintas, cuando las unimos llegamos a una acepción bien distinta en el lenguaje intrínseco de la profesión. En el caso de la utilización de la envidia, quizá podríamos llamarlo “táctica” siempre que las ventajas por la compra del producto o contratación de servicio sean evidentes. Discutible, es cierto, pero vale. En el caso de la respuesta, estamos hablando de un engaño en toda regla, por no llamarlo de otra forma. Como no soy abogado (sólo aprobé Derecho Natural y Filosofía del Derecho hace 25 años antes de cumplir como cabo artillero, como antes se hacía en España) no puedo definirlo de forma punible, y no son horas para desempolvar el Código Civil que por alguna estantería anda. Pero en definitiva, utilizar una táctica que convendrá en un engaño con el objeto de beneficiarse yo lo llamo manipulación en lugar de venta. Cierto que cotidianamente hablando podremos decir estafar, defraudar, embaucar… Pero hablábamos de lenguajes “profesionales”, si me permiten la ironía. Una definición de manipulación es “Intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc. con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares.

Tampoco voy a entrar a calificar a la persona que hacía el papel de jefa de grupo de ventas, pero decía que la pregunta de las vendedoras noveles podría denotar preocupación… aunque finalmente no se bajaron del autobús. ¿Creen que un vendedor profesional se hubiera quedado en el vehículo ante aquella respuesta, o habría bajado inmediatamente en la siguiente parada? Es cierto que el debate no se inició precisamente por las ventas, sino por la pregunta de si a un periodista de programas de cuchicheos varios debía llamársele periodista. Por ello, ¿son realmente vendedores estos nuevos componentes de las llamadas fuerzas de ventas? ¿No es verdad que el hábito no hace al monje?

¿Quieren además saber algo gracioso que es rigurosamente cierto, según prometía el camarero -a la sazón dueño y único trabajador, en ese momento, de la cafetería-? ¡Una persona de la misma empresa entró esa tarde en su establecimiento para hacerle una oferta! Ya imaginan la respuesta de aquel hombre, ¿verdad?


viernes, 18 de septiembre de 2009

¡Ánimo!


Stephen Covey nos refiere que el entusiasmo de la pasión está profundamente arraigado en la capacidad de elegir, no en las circunstancias. Para quien siente entusiasmo, la mejor manera de predecir el futuro es crearlo. En el fondo, el entusiasmo se convierte en un imperativo moral, haciendo que la persona forme parte de la solución en lugar de ser parte del problema, de sentirse desesperada e impotente.

No son buenos tiempos para las ventas, ¿verdad? O no hay liquidez, o no hay crédito, o hay suficiente stock en las estanterías del cliente y a todo ello debemos unir un descenso considerable de la demanda. Las llamadas para concertar las visitas parecen ser tiempo perdido, y quizá podamos en muchas ocasiones escuchar aquellas respuestas que ya casi son frases hechas tales como “pásate y le echaré un vistazo, pero no te prometo nada” (lo cual simboliza un enorme éxito, incluso antes de que el cliente nos haya dicho nada sobre el producto) o lo que es peor: aquellas como “en este momento no necesitamos nada”, “ya estamos servidos” o directamente, “no nos interesa”. Salir a la calle se convierte en un enigma: ¿cómo va a ir hoy?; ¿cuántos me van a recibir?; y de estos, ¿cuántos van a aceptar una oferta?...

Todas las organizaciones, incluso las mejores, están totalmente repletas de problemas. También las organizaciones más destacadas pasan apuros. Y lo interesante es que muchos problemas son casi los mismos, sobre todo en estos tiempos. Decía Einstein que “los problemas significativos que afrontamos no pueden solucionarse en el mismo nivel de pensamiento en el que estábamos cuando lo creamos”. Ciertamente, yo no puedo ponerme en el pellejo de su organización o su empresa, pero una cosa está clara: el paradigma ha cambiado, y su departamento tiene que adaptarse. Es cierto que no hay mal que cien años dure, pero usted tiene la obligación de cambiar criterios: de captación, de actuación, de precios o de ofertas, de compras (puede que no lo crea, pero muchas empresas no han hecho ningún movimiento a este respecto) o de resultados financieros, de nuevos mercados o inclusión de nuevos productos, de packaging, de promos, de marketing o publicidad, de... Da igual. Usted, como responsable del departamento de ventas, debe asumir el nuevo paradigma de la situación y crear un nuevo escenario en el que los actores, pese a ser los mismos, actúan de forma distinta. Y esa nueva obra de teatro debe ser compartida con directores financieros, directores de producción, directores de marketing o producto y, cómo no, con los componentes de su departamento: los comerciales o representantes.

Sigue diciendo Covey que el amor propio y la integridad producen en quienes los poseen la capacidad de ser al mismo tiempo amables y valientes con los demás: amables en el sentido de mostrar un gran respeto por ellos, por sus opiniones, por sus criterios y convicciones; valientes en el sentido de expresar sus propias convicciones sin amenazas o reproches personales. La interacción entre distintas opiniones puede producir terceras alternativas que son mejores que lo que cada persona haya propuesto inicialmente. Esto es verdadera sinergia, donde el todo es mayor que la suma de las partes.

Amabilidad y valentía a la hora de tomar decisiones para cambiar la estrategia es algo que muchos no se atreven a hacer. El riesgo es grande y nadie quiere asumir esa responsabilidad, ¿verdad? Pero amigo mío, usted sabe que eso es necesario. Y seguramente es usted uno de los muchos que ya lo han hecho. Puede que los resultados no estén acompañando a la pretensión de cobertura de objetivos pero, ciertamente, usted –ustedes- ha tomado decisiones: se ha movido. Y es que nada hay peor para afrontar los tiempos de sequía que el inmovilismo, que la perpetuación de criterios (sobre todo los comerciales). ¿Cree que no ha servido para nada, porque esos objetivos económicos no se han logrado? Yo creo que sí ha servido: ha mantenido la iniciativa en el equipo, ha insuflado nuevas acciones, ha demostrado a sus clientes que sigue “peleando” su mercado. Es verdad que los desafíos importantes no pueden resolverse con programas del mes pequeños y simplistas a modo de remedios rápidos, ni con fórmulas y eslóganes que infundan ánimo a nuestra psique. Pero no lo olvide: su objetivo, su ánimo, estriba en no convertir en crónico y subyacente el problema. Sus iniciativas no deben presentarse como pócimas de Panorámix, sino como movimiento resultado de la mencionada sinergia, como un intento común de seguir, seguir, seguir… ¡Ánimo!


miércoles, 16 de septiembre de 2009

Una experiencia inolvidable


Las experiencias cotidianas o fuera de orden profesional podrían muchas veces ser exponentes de comportamiento aplicable precisamente a nuestra realidad empresarial. Es curioso cómo en numerosas ocasiones, centrados únicamente en la “misión, visión y valores” de las organizaciones a las que pertenecemos, es difícil percatarse de ejemplos que podríamos trasladar al comportamiento interno de nuestras empresas.

Durante esta época en la que no he participado en este y otros blogs amigos de interesantísimos contenidos (deberé ponerme al día en las entradas de Economía Sencilla, Inteligencia de las Emociones, Senior Mánager, Francisco Alcaide Hernández, Óptima Infinito y otros varios) he tenido la oportunidad de colaborar en una institución de atención a las personas mayores, de esas en las que en ocasiones quedan los ancianos aparcados por parte de las familias y en otras, conscientes las propias familias de la idoneidad de estos centros (sólo en determinados casos familiares), procuran una plaza en la convicción –doy fe de ello, al menos en el que he estado- de la atención y los cuidados a estas personas, cuando sus propios hogares ya no son hogares. He tenido amplia libertad de acceso, incluso imprevisto, a todas las áreas en las que estas personas “se mueven y son movidas”. Desgraciadamente (aunque aceptando el orden natural de nuestra existencia) también he debido asistir a dos funerales de residentes con quienes había establecido relación. No es que haya sido una relación profunda, en poco más de un mes, pero sí lo suficiente para conocer aspectos de la vida personal –presente y pasada- de ellos, lo que estrechaba el vínculo afectivo que, de forma natural, termina estableciéndose entre el asistente y el asistido. Por eso seguiré llamando, cuando no pasando por allí, para interesarme y charlar un poco con Dª Josefina, viuda de D. Vicente, quien a sus 91 años puede –afortunadamente para ella- dar a muchos lecciones de actitud positiva ante la vida.

Pero volviendo a cuestiones de ordinaria –quizá en el caso que relato no tanto- observación en otros terrenos, pude darme cuenta de muchas facetas entre aquellas paredes. Un día (y sinceramente lo escribo con cariñoso recuerdo que perdurará durante mucho tiempo) estuve a punto de hacer una foto que me llamó mucho la atención: despacio, en el pasillo hacia las respectivas habitaciones, “circulaba” un pequeño ejército de personas; unos con paso muy, pero que muy pausado dejaban sitio a aquellos que iban trasladados en silla de ruedas; otros, con paso todavía más pausado apoyados en un andador, dejaban paso a los que aún se valen por sí mismos para andar; y los que más facultades que para esto tenían se encargaban de empujar aquellas sillas con destino a la habitación del compañero o cónyuge residente. Pude observar un espíritu sincero de colaboración desinteresada entre residentes: sin quejas, sin caras de fastidio por ayudar. El espíritu de servicio estaba también presente en aquellos que se encargaban del turno de portería y más de uno, ocupando puestos de atención al cliente, se sonrojaría al comprobar la disposición de estas personas mayores cuando eran solicitadas por alguien, fuera externo o interno en la residencia. De esto da buenos consejos nuestro amigo Pablo Hernández en su blog “Economía Sencilla”, en el post “Darse a conocer”.

En estas personas, la sonrisa estaba regularmente presente. Y no lo digo frente a una persona que los visitaba y los atendía, como alguien ávido de visitas y a quien no le preguntan ni la hora, sino que entre ellos se trataban –y se tratan, ¿eh?- de forma afable y cariñosa (quisiera que más de uno viese, una semana antes de su fallecimiento, la actitud de Don Vicente: ¡qué ejemplo!). Sobre esto también da buenos consejos el amigo Francisco Alcaide, en el post “Una simple sonrisa”.

He comentado que se me dio amplia libertad para circular sin lugares vetados, salvo los lógicos que todo el mundo entendería. Pero no sólo por parte de la dirección, sino que también por parte de los residentes se hacía visible la confianza en las personas. Don Víctor, totalmente ciego y casi sordo, me solicitaba sin reservas abrir cualquier armario, cualquier cajón para alcanzarle lo que necesitara. A Don Virgilio o a Doña Pepa más de una vez les he llevado algo al comedor, por lo cual entraba y “rebuscaba” con libertad en sus habitaciones. Y ni qué decir tiene la que se tenía sobre las personas encargadas por parte de los residentes. En cualquier caso, nuestro amigo Josep Julián nos instruye sobre cuestiones de confianza en su blog “Inteligencia de las Emociones”, en su post “Valor añadido”.

También hubo algo que pude observar de forma plausible: la conciencia real de las verdaderas necesidades y aspiraciones. Real. Y este factor de realismo de necesidades y aspiraciones probablemente responda a la incuestionable experiencia de personas ya bien entrada en años. Experiencia… y sabiduría. Sin confusiones en las verdaderas necesidades y en el orden de las mismas, así como con evidente realismo en lo que se refiere a las aspiraciones. En esta materia también puede instruirnos Senior Manager, en su post “Qué nos motiva en el trabajo”.

La aplicación de estas y otras actitudes a la empresa, en los paralelismos mencionados o en otros, nos enriquecería sin lugar a dudas. Quizá sea utópico, pero una aplicación –personal, por supuesto- tanto horizontal como vertical de determinadas disposiciones puede convertir un proyecto en una aspiración personal de equipo. Literalmente. Y el caso es que no tenemos más que observar y pensar que, en el fondo, todos seremos dependientes antes o después. ¿Pueden creerlo?: yo no era consciente de ello hasta este mismo verano. Y de verdad que se aprende a relativizar muchas cosas y a conceder verdadera importancia a muchas otras.

Perdonen que no me refiera esta vez a las ventas. ¿O sí que lo he hecho?