La verdad es que yo quisiera ser una de esas personas con gran capacidad para ilusionarse. Al fin y al cabo, es la ilusión la que provee de un temperamento alegre y conforma una manera de vivir. Y a todas estas personas siempre las he envidiado. No sé si de forma sana o insana, pero las envidio. Ayer, recogiendo a mi hija del colegio, me encontré con un conocido con quien había tratado más cercanamente hace unos años. Se dedica a inversiones inmobiliarias y en aquella época conducía un BMW 540i, tenía su despacho en plena Plaza del Ayuntamiento y, en general, la vida le sonreía. Pues ayer, decía, me lo encontré. Ha perdido el despacho, perdió el coche –conduce uno de segunda mano-, el banco está a punto de embargarle el piso y… ¡el tío estaba feliz! No, no es que estuviera haciendo el papelón delante de su hija, no. Es que de verdad estaba feliz y si rememoro las veces que me he cruzado con él, siempre lo he visto sonriendo.
Si yo hubiese sido como él, con crédito –como reza el dicho- habría vendido la Torre Eiffel. Porque las personas que, aun contra viento y marea, muestran su mejor ánimo, venden mucho más. Venden porque no fingen sino porque –incluso quizá sin ellas saberlo- “han encontrado el arte de vivir y lo manifiestan en el lenguaje de sus ojos, en la frescura de su sonrisa, en esos olvidos de lo que para muchas personas constituye el tema central de sus conversaciones: enfermedades, accidentes, precariedad o incomodidad laboral, diferencias familiares y una larga letanía de oscuros tonos y tristes musicalidades” (Miguel Ángel Martí, La Ilusión, Espasa 1993).
Yo no llego a tal magnitud. Y no porque me pase el día hablando de accidentes y enfermedades, sino porque cuando uno está inmerso en el mundo de las ventas es algo difícil no dejarse llevar por las malas circunstancias: días, muchos días en los que cuando no es porque no se obtiene respuesta es porque uno termina una y otra vez con promesas vacías de contenido; o por clientes que no atienden los pagos; o por ofertas o presupuestos que deben ser revisados a la baja en su cotización (cuando los hay, si los hay); o por condiciones de pago que deben ser ampliadas; o por anulaciones de pedidos incluso cuando la mercancía ya está entregada y todo bajo muy tenues excusas… Sí, es fácil dejar de considerar adversidades casi diarias.
Pero resulta que ilusionarse no tiene por qué radicar precisamente en el ámbito profesional y sus circunstancias. Seguramente ahí está el error, en dejar de lado las otras pequeñas cosas de las que podemos extraer bienestar. ¿Por qué no voy a tratar de ilusionarme con un paseo con mi mujer o con mi madre, con una conversación con mi padre o con mi hijo, con una paella el domingo, con una sesión de película en el sofá y ración doble de pipas…? ¿No será que condiciono excesivamente mi estado de ánimo a circunstancias profesionales? Oh, sí, por supuesto que son importantes, pero… ¿es lo único de lo que me tengo que ilusionar?
Es bueno que nos fijemos metas y que nos ilusionemos con ellas, pero deberíamos ser certeros. Y si es necesario, habrá que fabricarse una escala de sub-metas que mantengan vivas nuestras ilusiones. Los que nos dedicamos a las ventas podemos centrar nuestra ilusión –por ejemplo- en las relaciones con las personas y dejar momentáneamente de lado la que corresponde a las operaciones. Puede que debamos plantearnos fabricar una realidad distinta de la que estamos acostumbrados a ver y de esa forma ir cubriendo pequeños pasos que mantengan viva nuestra ilusión, nuestro ánimo. El objetivo será no dejar nunca de redescubrir otras ilusiones más cotidianas e igual de importantes, porque las ventas (como otras profesiones) no son todo.
Hola, Germán.
ResponderEliminarEs muy claro que hay que obtener resultados, y a poder ser superarlos, pero creo que todo la socialización y, sobre todo, el sistema educativo nos han llevado a obsesionarnos con los resultados. Nos hemos hecho adictos al resultado y esto hace que nuestra felicidad sea fuertemente dependiente de él.
La actividad "autotélica" (con el fin en sí misma) parece tener un camino con menos altibajos hacia la felicidad y consiste en marcarse metas/ pequeños retos alcanzables (más de proceso que de resultado) y que estén bajo nuestro control. También suele ayudar el pensar que la calidad de nuestra experiencia depende de las condiciones exteriores y de cómo las vivenciamos. Esto último esta hecho de "autofrases" que deberíamos chequear amenudo y cambiar si es necesario.
Claro, y luego hay que ser capaz de hacer esto en el día a día. Yo, como todos, suelo fracasar amenudo;)
Hola Germán, la capacidad de ilusionarse es un componente del alma infantil. Por desgracia con esta sociedad de consumo estamos consiguiendo niños aburridos y tristes por no dejarles soñar. La vida hay que tomarsela como viene, Desde luego tienes que luchar y no dar nada por perdido. Pero asumir las cosas cuando viene mal dadas, sacar de ellas lo positivo "No hay mal que por bien no venga" y que todo ocurre por algo ayudan a entender mejor lo que nos pasa.
ResponderEliminarY el buen humor amigo ese si que es clave. No puedes supeditar tu vida a la firma de un negocio o la venta de 10 coches y si no sale pues estar amargado.
¿Y cuando se pierde todo? Lo importante es no perderte tu.
Está muy bien tu planteamiento, y hacerse esa preguntas genial, eso es estar en camino.
Un abrazo y Feliz finde
Has radiografiado perfectamente el mundo de las ventas. Todo, todito todo lo que cuentas es el día a día. Es muy preocupante e influye poderosamente en el estado de ánimo, y en la ilusión. Parte de mi trabajo consiste en hacer que esas bofetadas que nos da la vida incidan lo mínimo posible en el equipo de ventas y producción. Unos días lo consigues; otros menos y otros eres tu el que necesitas un poquito de energía e ilusión. Lo que si tengo claro, es que debemos relativizar las cosas. Y el trabajo, siendo importante, debe influir lo menos posible. Es la única manera de poder disfrutar y seguir manteniendo la ilusión en estos momentos llenos de malas noticias.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola, Alberto:
ResponderEliminarmucho ejercicio de introspección nos falta para descubrir que hay otras muchas cosas en nosotros a las que poder asirnos. El problema está en centrar, como dices, la vida en objetivos.
Gracias por este comentario, porque es un gran complemento.
Un abrazo.
Hola, Katy:
ResponderEliminarcuando desde pequeños nos enseñan a primar nuestros logros por encima de todo, condicionando a ello nuestra valoración y nuestro futuro prestigio, la cosa está dada. En efecto, cuando entendemos que las cosas tienen un motivo sin quedarnos en la superficie podremos adoptar otra actitud. Pero incluso eso a menudo cuesta, ¿verdad?
Un abrazo y muchas gracias, Katy.
Hola, Fernando:
ResponderEliminarpues tienes faena, amigo, porque las cosas están como para atenuar pesadumbres. Pero fíjate lo importante que es esa parte de tu trabajo, y que muchos de los que se llaman directores de ventas no comprenden. Te deseo sinceramente grandes triunfos en ese área.
Gracias por tu comentario, Fernando.
Un abrazo.
Hola German:
ResponderEliminarAcuérdate de Serrat cuando decía "Hoy puede ser un gran día". Pues este supuesto gran día, pienso yo, es un compendio de pequeñas ilusiones que sumadas nos hacen estar con la sonrisa en los labios "de serie".
Lo demás no vale gran cosa.
Un saludo.
Hola, Javier:
ResponderEliminarese es el secreto, ¿verdad? Saber obtener las mayores satisfacciones de las pequeñas cosas diarias para hacer pequeñas sumas emocionales.
Por cierto: ¡hoy hay paella! (y va en serio, jejeje).
Un abrazo y gracias por pasar, Javier.
Hola Germán:
ResponderEliminarTal vez, ese conocido tuyo también sonreía cuando las cosas le iban "bien", pero por un motivo distinto al que los demás pensaban (veáse BMW, dinero, casa); tal vez sólo era feliz, sin tantos aditivos. Ahora sin ellos, sigue siéndolo, porque su escala de "valor" estará, seguramente, centrada en otros parámetros que para muchos no son visibles.
Admiro a las personas que saben ser felices sin haber conocido la infelicidad. Ésto si tiene mérito.
Si por el contrario, un revés de la vida te puso los puntos sobre las íes y te abrió los ojos sobre lo que "de verdad" importa, está bien pero no es meritorio, es aprendizaje.
Yo me encuentro en este segundo grupo; una vez deseé con todas mis fuerzas poder cambiar lo que tenía por la salud de mi hijo y me fue dado. Pensaba "si pudiera lo cambiaría todo, viviría bajo un puente, si me dijeran "aquí tiene a su hijo, está sano", porque del puente puedo salir, pero de esta enfermedad no puedo librarlo". Y no sé si sería porque cuando las cosas se desean con todo el corazón, si solo hay verdad en tus palabras, el Universo se conjura para ello, como se decía en El Alquimista. El caso es que unos años más tarde no me vi bajo un puente porque aún tengo padres, pero todo lo que había tenido, todo lo que había logrado, se esfumó, pero me quedaba mi hijo SANO y ésta era, y es, mi mayor alegría.
Tengo, como todos, mis días grises, hay otras preocupaciones, otros problemillas, pero nunca pierdo el norte, sé lo que es importante y lo que no, lo que me debe quitar el sueño y lo que no y, sobre todo, sé que una sonrisa de felicidad vale más que un BMW, que al fin y al cabo, solo es un cacharro. ¿Que lo tuve que aprender al estacazo? es verdad, pero aquí estamos, poniéndole un sonrisa a la vida porque no hay más que ésta.
O te endulzas o te amargas.
Para mí, con dos terrones, por favor, jeje.
Bien por ti, María.
ResponderEliminarPorque con mérito o sin mérito (sabes que eso sería discutible: en la vida vale más levantarse que no caerse) consolidar una forma de vida positiva no cae en saco roto; ni para uno mismo, ni para los demás. Todos los ejemplos son buenos (yo tengo uno igual al tuyo, pero nuestro hijo hace dos años que está peleando y nosotros con él) y se atribuya a fuerzas de universo, Dios o suerte, las personas vivimos un debe y un haber en nuestra vida cotidiana.
Muchas gracias por tu ejemplo, María.
Un fuerte abrazo a ti y a tu hijo.
Es bueno ser feliz, a todas luces. Eso vende todo.
ResponderEliminarUn placer leerte.
Sé bienvenido, Salvador.
ResponderEliminarEl tuyo, según veo en tu página, es uno de los ejemplos en el canto a la belleza y la ilusión por las cosas grandes y pequeñas.
Te felicito. Tus poesías son magníficas.
Un abrazo y gracias por pasar por esta, tu casa.
Hola Germán:
ResponderEliminarEs difícil seguite al día por lo prolífico que te nos has vuelto pero es un place leerte aunque sea con un poco de retraso. Verás, respecto a lo que dices y a lo que añaden los comentaristas poco se puede añadir. No están los tiempos para la lírica y además lo único que tenemos simepre como valor incondicional es a nosotros mismos, pero me quedo con esa idea que subyace de que la felicidad hay dos formas de construirla, con cosas y con personas. No hay nada comparable a una sesión casera de cine con doble ración de pipas. Eso no tiene precio.
Un abrazo.
Hola, Josep:
ResponderEliminarMe estoy empezando a preocupar de mí mismo. Mira que dije que me curaría y aquí me tienes comiéndole horas a la noche… ¡Ah!, ¿tú también eres de los del vicio de las pipas? Yo lo tomé prestado de mi madre, pero lo de los frutos secos es un peligro.
Un abrazo, Josep. Pero me voy a dormir que me caigo de sueño.