Dicen
que los pensadores intuitivos apuestan por una opción de cuya certeza están
convencidos –aunque otros la consideren muy improbable- mientras que los
pensadores lógicos calculan todas las posibilidades y sólo entonces deciden
intentar alcanzar la mejor opción. Pero tal descripción no significa que
únicamente corren riesgos las personas intuitivas. En realidad, lo importante
es decidir qué decisiones se pueden tomar por uno mismo.
En
una gran parte de los casos, las decisiones cubren una línea jerárquica y por
tal, la correlación de riesgo quedará presente en toda la cadena. Pero ocurre
que en los diversos eslabones, la decisión encuentra grandes puntos de posible
intersección. Aunque se sigue siendo responsable de la decisión que se delega,
sigue siendo necesario emplear una visión general para capacitar y controlar
esa delegación de la decisión que siempre habrá sido otorgada sobre la base de
la confianza.
Pasamos
por una época en la que (más que nunca) es indispensable minimizar el riesgo.
Sin embargo, si ello nos lleva a la línea exclusiva de pensamiento lógico que
pueda ahondarnos en el cuasi-inmovilismo… mal vamos. Sí, es verdad que ser
sistemático tiene sus ventajas: se consideran y comparan correctamente todas
las alternativas, se identifican las dificultades y se evalúan posibilidades –teniendo
en cuenta las consecuencias- y finalmente se “preparan medidas lógicas y
eficaces”. Pero por desgracia, lo que en otras situaciones las llamadas “medidas
lógicas y eficaces” (con todos los silogismos que queramos argumentar) nos
permitían evaluar el factor riesgo de una forma más cómoda, hoy suponen una
importante restricción de movimientos.
Como
siempre, el mayor reto radica en encontrar el justo punto de equilibrio entre
dos formas distintas de tomar una decisión. Desglosar el proceso (identificar
el problema, priorizar objetivos, determinar opciones imposibles), comparar
soluciones y ponderar los riesgos tampoco pueden anular completamente a la
intuición. Por eso los llamados “visionarios” son mitad magos, mitad
tecnócratas. O mejor dicho, lo son en su adecuado porcentaje adaptado a cada
uno de los tiempos.