"No emplees tu tiempo sólo en trabajar. Úsalo también para convencer... y generar así los acuerdos"

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gidval@gmail.com - (Valencia, España)

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sábado, 31 de marzo de 2012

Del ideal a la razón.

Los procesos de asunción de la realidad están indeleblemente ligados a nuestra propia percepción de las circunstancias que nos rodean. Conformamos una realidad que sigue el proceso del “mito de la caverna” de Platón: cuando nuestro conocimiento es limitado, dependemos estrechamente del proceso sensorial y nuestras conjeturas sobre el mismo. La interpretación de la realidad parece un proceso de “conveniencia” pero no a nuestros intereses, sino a nuestra limitación del propio conocimiento.

Un error frecuente cometido en muy diversos ámbitos es el de la idealización. De personas, de mercados, de empresas…  Adaptamos nuestra percepción externa y la conformamos en conclusiones “primarias”. A medida que complementamos e incrementamos los procesos sensitivos, nuestro conocimiento aumenta y los (procesos) lógicos  van tomando  mayor protagonismo. Líneas y rasgos en el lienzo comienzan a definir con mayor claridad la estructura ideológica. Tendencias inversamente proporcionales confluyen  en el equilibrio razón/emoción que configura nuestro grado particular de realidad.

El pragmatismo en nuestras acciones no solo viene determinado por nuestra personalidad o las necesidades que tal o cual acción requiera. A él se llega por un proceso de evolución del conocimiento, por un acopio de percepciones que han sufrido su particular discriminación hasta desembocar –a modo de conclusión- en nuestra lógica aplastante que nos determina a la acción. Nuestra idealización primaria quedó así en desuso: el conocimiento ha modificado la percepción que tenemos del hecho o del suceso. Sigue siendo el mismo aunque ya lo veamos de otra manera.

Ser un idealista no es malo de por sí. El idealismo –como acepción genérica y aplicada a esta idea- aporta el grado óptimo de motivación para emprender. Apoyado en la razón, conforma el objetivo deseado. Pero el idealismo en su plano individual es una silla que cojea de dos patas y confunde la necesaria pantalla de realidad en la que nuestras acciones terminarán desenvolviéndose. Por ello es necesario que nuestra capacidad de análisis actúe enseguida como contrapunto, porque emprender significa razonar de forma equilibrada el baremo intención/evaluación/consecuencia. Cualquier idea-causa-proyecto comprende aspectos de sensibilidad y de razón, de motivación y cálculo, de emoción y pragmatismo, que conllevan una evolución creciente: a medida que mi ideal ha sido revestido y reconfigurado en base al conocimiento, dicho ideal se modifica en pro del “mantenimiento de la motivación” que sostendrá mi iniciativa.

Hace poco más de dos años publiqué (a excepción de la del recuerdo a mi hijo) la última entrada en la que anunciaba definitivamente un cambio de rumbo en mis aspiraciones profesionales. Y he de confesar que hubo, al principio y no tan al principio, grandes dosis de idealismo que –confieso- velaron en gran medida el aspecto racional. El conocimiento adquirido de procesos y costumbres sin obviar –evidentemente- las circunstancias personales me condujeron al área de pragmatismo necesario para aplicar retrospectiva y orientar un replanteamiento en el mismo campo. Hay menos ideal y más razón. Hay menos emoción y más cálculo. Perdura la motivación, pero envuelta esta vez en un mayor equilibrio, modificando aquella idealización hacia cotas más “tangibles” precisamente para evitar su progresivo desgaste y muerte.

El tiempo dirá si la nueva orientación, ese nuevo replanteamiento, es suficiente y efectivo.


(a JJ, que comentaría con sabiduría).